jueves, 12 de abril de 2007

Ensayo del apetito

La gente que se mantiene en el límite, cualquiera que éste sea, es capaz de ejercer una poderosa atracción sobre los demás, por las emociones que aportan a los que somos más pasivos, supongo. Pero no todos nos sentimos estimulados por los que viven al límite del peligro, o al límite de sus fuerzas, de su nóminas, de su paciencia, o al límite de la legalidad...Algunos preferimos el límite de la carne. Éste se personifica en los llamados “Pollos de engorde”. Son, básicamente, aquellos que, con una tendencia al sobre-peso (sin que necesariamente hayan alcanzado ese estado), irradian un poderoso atractivo.

En realidad, no hay nada que despierte más la curiosidad (y los sentidos) del que mira que el adivinar una contención en el que es observado, y, en todo pollo de engorde que se precie, existe una evidente “contención de la carne”. Sus formas aparecen con frecuencia confinadas en atuendos que sólo sirven para resaltar las ansias de expansión de su cuerpo. Por una parte son una muestra de plenitud, y por otra, una sugerencia constante de que algo está a punto de estallar, y eso, en si mismo, despierta a imaginaciones muy sensibles.

Son el símbolo del sí pero no, el preludio del desbordamiento, la tensión de la espera...

Ejemplo:









A veces alguno acaba desbordándose de verdad, el pollo de engorde rompe entonces el límite y se convierte en “pollo engordado”. Ese es un momento crítico porque desaparece la excitación del suspense. Sin embargo, el “pollo engordado” aún puede conservar su gloria, si es capaz de recordarnos otra cualidad de su especie: la de que pase lo que pase, siempre habrá de donde agarrarnos...

¿Será eso el pecado de la carne?

Ejemplo:

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